La de veces que me han llamado quejica cuando he clamado por algún dolor, y han acabado diciéndome aquello de: ¡Si los hombres tuvierais que parir!
¿Qué hay de cierto en que hay gente que soporta mejor el dolor que otros?
Pues en realidad hay y mucho. Se han demostrado diferencias entre personas en la percepción del dolor, la capacidad para soportarlo y el requerimiento de analgésicos para controlarlo. Estas diferencias parecen depender de distintos factores: genéticos, culturales, religiosos, sexuales…
Vamos por partes
¿Qué es el dolor?
Todos sabemos lo que es el dolor, sin embargo cuando hablamos de dolor, no todos nos referimos a lo mismo exactamente.
La IASP (International Association for the Study of Pain) define el dolor como: una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con una lesión presente o potencial o descrita en términos de la misma.
Si tenemos en cuenta que además de la cuestión meramente sensorial hay un componente emocional, hace que la percepción sea muy subjetiva. Y es que frente a un dolor una cosa es el percibir “el pinchazo” y otra es el miedo, angustia, la ansiedad, etc. de estar sufriéndolo.
Podemos establecer una similitud entre el dolor y la alarma de casa. Cuando fuerzan una ventana y se dispara la alarma, el hecho de escucharla nos da toda una serie de emociones derivadas como el miedo por si ha entrado alguien, o la desesperación si se pasa días sonando sin parar. En este punto me gustaría hacer un inciso: la utilidad de la alarma es avisarnos, y una vez que hemos visto el problema la apagamos ¿verdad? Pues en el caso del dolor igual, su utilidad es avisarnos de que algo va mal. Una vez que ya sabemos esto deja de ser útil, y lo lógico y recomendable es “apagarlo” con analgésicos. No sirve de nada seguir padeciendo.
Como hemos comentado antes distintos factores influyen haciendo que existan diferencias entre individuos en la percepción del dolor, y el efecto de los fármacos analgésicos.
Factores genéticos:
Hay casos en que debido a diferencias genéticas hay personas que incluso son incapaces de sentir dolor. Esto ocurre en un síndrome llamado “insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis”. Y el que envidie a estas personas, puede indagar un poco sobre este síndrome y verá como no le gustaría padecerlo.
Otro ejemplo de los factores genéticos, son las mutaciones del gen MOR. Este gen es el “molde” para fabricar un receptor llamado mu, que cuando se activa produce analgesia. Como comentábamos en la entrada “¿cómo funcionan los fármacos?” un receptor es como una botella de leche, y en este caso, si se derrama la leche quita el dolor. Pues bien, hay personas que tienen un defecto en este molde y hace que sus receptores mu sean más activos (sus botellas de leche tienen un tapón que cierra peor). Y por lo tanto los fármacos (niños que administramos) o los ligandos endógenos (niños que viven dentro de nosotros), son más efectivos (abren más fácilmente las botellas). Consecuencia: sienten menos dolor y además hay determinados fármacos que funcionan mejor que en el resto de los mortales.
Factores culturales, raciales y étnicos:
Distintos estudios han demostrado la existencia de diferencias culturales, raciales y étnicas en la percepción subjetiva del dolor. Así, por ejemplo se ha descrito que los afroamericanos soportan peor el dolor que los blancos no hispanos.
Incluso se producen fenómenos de aculturación. Así por ejemplo, los inmigrantes asiáticos que viven en EEUU tienen mayor respuesta al dolor que las segundas generaciones de éstos.
Sexo:
El sexo es un factor importante en la modulación de la experiencia dolorosa. Pero ¿se cumple lo que indica el título?
Muchos estudios sugieren diferencias entre sexos en la respuesta al dolor, incluyendo el umbral de dolor y la tolerancia a los tratamientos. Las mujeres parecen tener una mayor percepción del dolor. Esto se ha demostrado tanto para el dolor clínico como el experimental. Aunque las diferencias exactas y su relevancia aun no están del todo aclaradas. Muchos experimentos sugieren que el umbral de dolor de las mujeres es menor que el de los hombres. Esto se ha estudiado para estímulos dolorosos como el calor, el frío, la presión y el estímulo eléctrico. Pero de momento nadie lo ha podido comprobar para los dolores del parto, por lo que siempre nos quedará la duda.
Conclusión
Que hay gente más quejica que otra, es un hecho científicamente demostrado. Influyen en ello muchos factores (culturales, genéticos, genero…). Cuando se dispara la alarma y vemos los daños que se han producido no vale la pena que siga sonando durante semanas, por lo tanto los analgésicos están para utilizarlos. No sirve de nada seguir padeciendo el dolor. Y lo más importante, aunque no esté basado en demostraciones científicas, si los hombres tuviéramos que parir seguro que pediríamos la epidural a gritos.
Bibliografía
The Oxford Handbook of Cultural Neuroscience. Joan Chiao, Shu-Chen Li, Robert Turner. Oxford University Press. 2016
Cláudia Carneiro de Araújo Palmeira 1, Hazem Adel Ashmawi, TSA 2, Irimar de Paula Posso. Sexo y Percepción del Dolor y Analgesia. Rev Bras Anestesiol 2011; 61: 6: 449-458.